jueves, 2 de abril de 2015

Monárquicos entusiastas, ardientes republicanos



Tenemos absolutamente clara la solución a nuestros problemas, los que están desangrando a España, el mundo hispánico y a los españoles, los que están volando hasta los cimientos los últimos restos visibles de la Iglesia y de la Cristiandad. Además, estos problemas tienen culpables concretos con ideologías concretas. Son la consecuencia lógica del proceso revolucionario desencadenado hace 200 años con la francesada, de los que erigían templos a la diosa razón y se declaraban amigos de la experiencia, mientras despreciaban tanto la razón como la experiencia. 

En cambio, los tradicionalistas, sin ser profetas, ya advertíamos entonces lo que iba a suceder, que aquellos vendedores de humo y abstracciones no traían soluciones, sino que agravarían nuestros problemas. Y nadie puede dudar de que hemos acertado. Hemos acertado y llevamos 200 años acertando; y lo seguiremos haciendo, porque nos fundamentamos en un patrimonio cultural y espiritual común, consecuencia de la acumulación temporal de las experiencias y del pensamiento realizado por nuestros predecesores, que en nuestro caso se concreta en la fructífera tradición socio-política de las Españas.

Es decir, si hace mucho que advertimos lo que nos iba a pasar en manos de los golpistas, ahora señalamos a los culpables: quienes ahora detentan los poderes positivos, los herederos de ésos que se vanagloriaban de defender la razón y la experiencia mientras destruían todo lo racional, todo lo razonable y todo lo que es fruto de la más dilatada experiencia, tanto de los «republicanos» sin res publica, como de los «monárquicos» de un «rey» que ni es, ni puede ser rey. 

1. Monárquicos republicanos: monarquía y bien común

Los tradicionalistas españoles somos monárquicos porque defendemos la respublica. No existen monarcas que reinen y no gobiernen: la definición de reinar es la acción de gobierno de un rey. No existen repúblicas con un jefe: la definición de república o aristocracia es el gobierno de una minoría. Podemos llamar silla a lo que es una mesa, árbol a una farola o incluso mujer a un varón disfrazado que se ha mutilado sus vergüenzas. Pero las palabras que usemos y los deseos que tengamos no hará que las cosas sean  ni dejen de ser lo que son: la mesa es una mesa y no una silla, la farola es farola y no árbol y el hombre disfrazado que se ha amputado sus vergüenzas es un hombre mutilado que va disfrazado.

Los monárquicos españoles reclamamos república porque somos monárquicos, somos monárquicos porque reclamamos la Monarquía y reclamamos la Monarquía porque reclamamos república. Sí, con toda exactitud podemos decir que reclamamos república porque somos monárquicos y así salir así al paso de los que hacen asociaciones inconexas, de los apolíticos que hacen política, de los tradicionalistas antitradicionales, de los intelectuales sin intelecto, de los escritores analfabetos o de los que se meten a exégetas sin exégesis, a fin de justificar, desde una pocilga doctrinal, toda suerte de errores objetivos, la defensa de ideologías y la sedición contra aquello que dicen servir, además de prestar oídos a las calumnias vertidas contra el régimen de Cristiandad, único que defendemos y único que ha funcionado, por ser el único que no es utópico.

Por último, si analizamos imparcial y desapasionadamente los conceptos, la I y II Repúblicas no fueron repúblicas, ni siquiera en el sentido más vago que tiene el término «república» en la tratadística clásica. Porque, si hablamos de «república» como res publica o bien público y común bien sabemos que en ninguno de esos dos regímenes (ilegítimos e impuestos ilegalmente) se buscó el bien común, sino la defensa estricta de unos intereses revolucionarios oligárquicos, ideológicos, extranjerizantes y utopistas.

2. República en sentido estricto y las «repúblicas» modernas

En segundo lugar, tampoco se puede llamar «república» a los regímenes modernamente republicanos si nos ceñimos a la tratadística clásica y tradicional, cuando habla de los diferentes regímenes políticos. Polibio, Tucídides, Heródoto, Isócrates o Aristóteles, luego los Padres de la Iglesia y luego los Escolásticos nos enseñan que éstos son: monarquía, república y democracia. Y cabe hablar de un cuarto: el régimen mixto, llamado también monarquía templada y que en el carlismo se llama monarquía tradicional, social y representativa.

Vázquez de Mella lo resume así:

«Yo, que soy monárquico entusiasta, soy también ardiente republicano […] la Monarquía y la República…lejos de contradecirse, se completan cuando cada una ocupa su puesto y no las cambian los sofistas y las revoluciones de sitio. […] nosotros defendemos la democracia en los municipios; la mesocracia y la aristocracia social, como distintos grados de superioridad espontánea, en las comarcas, en las provincias y en las regiones, y la monarquía en el Estado» (discurso del 17 de mayo de 1903 en Barcelona)

Según aquella divisoria, fruto de la observación y análisis imparcial y a la que Mella se adhiere, la república es un régimen aristocrático, en que el poder lo ostenta una minoría. Así lo fueron, por ejemplo, la Serenísima de San Marcos o República de Venecia, gobernada por un senado de aristócratas. Por lo tanto, no cabe hablar de esas otras «repúblicas» modernas como repúblicas, porque la propia noción de «presidente de la república», si es una sola cabeza, es una contradicción. Por lo tanto, se trata de tiranías o monarquías corrompidas.

Como apéndice de la acepción anterior, en el caso de la Monarquía (término usado durante siglos casi como sinónimo de España), podemos encontrar el uso amplio de república como término referido a cada uno de los distintos reinos, señoríos, principados, virreinatos y otras formas de administración que bajo su mando tienen a los mejores (aristocracia o república), pero siempre subsidiaria dentro de las regiones de las Españas, es decir, bajo una sola monarquía y bajo un solo monarca, el heredero legítimo de todos esos reinos en sus correspondientes coronas de Navarra, Aragón y Castilla. Lo que de ninguna manera cabe esperar son las aplicaciones modernas del término, que están mal utilizadas.

3. Perversión democristiana, liberal-católicos, conservadores de revolución, ultraderechistas, nuevas-derechas, cristianosocialistas y otros especímenes a veces enmascarados de tradicionalistas

Los pervertidos que defienden un Estado centralista y totalitario no pueden decir con sinceridad, por lo tanto, que hacen política cristiana, sin los cuerpos intermedios, sin el federalismo ni la autogestión garantizadas por el Derecho Natural y la Doctrina Social de la Iglesia, ya desde los primeros siglos con los Santos Padres.

Tengan cuidado esos pervertidos si se revuelven contra estas palabras, que no les llamamos pervertidos nosotros, sino S.S. Pío XI, en Quadragesimo anno:

«lo mismo que es ilícito quitar a los individuos lo que ellos pueden realizar con sus propias fuerzas y con su empeño para confiárselo a la comunidad, también es injusto confiar a una sociedad mayor y más alta lo que pueden hacer las comunidades menores e inferiores. Y esto es al mismo tiempo un grave daño y una perversión del orden recto de la sociedad»

4. La legitimidad, condición indispensable de la cosa pública

Por otra parte, los que defienden que el gobernante adquiera la potestad de modo contrario a la legitimidad de origen y de ejercicio, defienden lo contrario a lo defendido por el sentir unánime de los Padres de la Iglesia, por Santo Tomás de Aquino y por todos los Escolásticos. Y es también consecuencia de la aplicación lógica del Magisterio de la Iglesia, por ejemplo el Syllabus condena una serie de proposiciones erróneas, una de las cuales es la siguiente:

«LXIII. Negar la obediencia a los Príncipes legítimos, y lo que es más, rebelarse contra ellos, es cosa lícita.
(Encíclica Qui pluribus, 9 noviembre 1846)
Alocución Quisque vestrum, 4 octubre 1847)
(Encíclica Noscitis et Nobiscum, 8 diciembre 1849)
(Letras Apostólicas Cum catholica, 26 marzo 1860)»

Y León XIII nos dice en Immortale Dei: 

«No es menos ilícito el despreciar la potestad legítima, quienquiera que sea el poseedor de ella, que el resistir a la divina voluntad»

Si la monarquía, que ―por definición― es régimen de una sola cabeza, se corrompe o es ilegítima, ya no es monarquía, sino tiranía. Por lo tanto, tanto la I como la II República no son repúblicas, sino monarquías corrompidas o tiranías, puesto que caen bajo el mando de un solo hombre que gobierna ilegítimamente.

En el supuesto de que una república fuera legítima (lo que en España no es posible más que subsidiariamente, puesto que la constitución histórica de las Españas es la de una monarquía mixta o monarquía tradicional, social y representativa), estaría gobernada por una minoría que, si se corrompe, hace que el régimen se convierta en oligarquía.

Por otro lado, el supuesto de que el jefe del Estado fuere uno solo, es una monarquía, tanto si es electiva como si es dinástica, tanto si se llama «rey» como si se llama de cualquier otra forma. Ahora bien, si no corresponde a la constitución histórica de un Estado la elección de su monarca y, sin embargo, el jefe del Estado adquiere el poder por elección, se trata de un tirano. 


5. Los errores modernos, el pecado original y dos excepciones que confirman la regla

Hay una negación implícita del dogma del pecado original y de nuestra naturaleza caída en quienes pretenden impugnar la monarquía y se niegan a reconocerla como el mejor régimen para enderezarla. Sin duda, se debe a la influencia gnóstico-pelagiana de Rousseau, inspirador de las ideologías y los «filósofos» neo-gnósticos que ellos siguen, las que fundan el Estado en sentido moderno, junto con Hobbes. En efecto, Santo Tomás de Aquino, en el capítulo IX del segundo libro de De regimine principum o De regno ad regem Cypri dice así:

«in natura corrupta regimen regale est fructuosius, quia oportet ipsam naturam humanam sic dispositam quasi ad sui fluxum limitibus refraenare»

Y pasa a continuación a hacer referencia a la vieja República Romana como caso excepcional de modelo de buen régimen, cuya eficacia y funcionalidad se explican porque se adaptaba a la tradición romana en la evolución sociopolítica de aquel momento histórico. Cualquiera que sepa un poco de historia conoce lo que expone Santo Tomás en su análisis, acerca de cómo el buen funcionamiento de aquel régimen se debía, entre otras cosas, al carácter y virtudes de los senadores, un hecho que demuestra que la excepción no hace regla.

Es más, los elementos que hacían funcionar bien aquel régimen (como la noción de legitimidad, la división entre auctoritas y potestas, la mos maiorum, el mandato imperativo o el juicio de residencia, por citar unos pocos) fueron luego absorbidos y utilizados por la Cristiandad y, especialmente, la Monarquía de las Españas, que en cambio desechó o transformó lo que no funcionaba o funcionaba mal. 

La multiplicidad de las «repúblicas» de la Monarquía en sentido estricto o Monarquía de las Españas nos brinda ejemplos múltiples de la buena evolución social cuando se respeta la Tradición.

Entre otros, es elocuente el de las comunidades de villa y tierra de la Extremadura castellana; por ejemplo, en Medina del Campo (que era castellana y no leonesa, como sí es leonesa Valladolid, a pesar de la irreal distribución provincial liberal), el grado de ilustración y cristianización popular llegó tan lejos que prácticamente todos eran hidalgos; e incluso sus privilegios y libertades mostraban que se trataba de lo más granado del fuero de villa y tierra. Y naturalmente se reflejaban en su escudo, que todavía hoy reza así: «ni al rey oficio, ni al Papa beneficio». Tal era el grado de confianza del que habían llegado a gozar (tanto del poder secular, como del temporal). Y es que no se puede igualar a la gente cortando cabezas y aplastando a los mejores, como quieren los revolucionarios.

Ha habido tiranos y hoy los hay más que nunca. Y principio básico que une a todos los enemigos de la Tradición y de los pueblos hispánicos es querer cambiar unos tiranos por otros e imponer modelos políticos, sin base en la experiencia. En cambio, no eran tiranos los reyes visigodos, porque la elección en aquel momento era el procedimiento legítimo de adquisición de la corona. No es tirano el rey de Roma o Papa, porque su condición de rey de Roma le viene de ser obispo de Roma, no de pertenecer a una dinastía. Sí son tiranos los que ―en España o en cualquier otro sitio― adquieren la jefatura del Estado violando las disposiciones legítimas por las que el monarca debe adquirir el poder. 

6. La encarnación histórica de la Cristiandad política, una realidad frente a las utopías

Desde Urbano VII, está muy clara en teología política la teoría de las dos espadas. En el caso español, las condiciones de adquisición legítima del poder y la forma de gobierno acorde a nuestra tradición, de modo que está más claro que en ningún otro lugar del mundo quién es el vicario de Cristo por la espada, por derecho natural. Tales leyes están bien detalladas en la Novísima Recopilación y resumidas con extraordinaria brevedad aquí, tratado que se encarga de aplicarlas a nuestra actualidad. Por ejemplo, sería tirano en España tanto el nombrado arbitrariamente por otro jefe de Estado, el elegido en las urnas, el elegido por una minoría o por cualquier otro procedimiento que no sea legítimo. Tanto si se hace llamar «rey» como si se hace llamar «presidente de la república».

Algunos ineptos, que desconocen tanto el uso de respublica en latín (de preguntarles sobre la politeía en griego mejor ni hablemos) como las definiciones de la palabra «república» en la tratadística clásica y tradicional, pretenden fundamentar extraños modelos utópicos e ideológicos que se sacan de la manga, mediante la interpretación adulterada de los tratadistas clásicos. Decimos que son ineptos, porque no pensamos que el fallo se deba a inmoralidad del mentiroso, que adultera el texto para engañar a la gente o justificar los errores de su contaminación política personal, que no bebe de fuentes potables.

Los falseadores y confundidos los hay de muchos tipos. Entre otros muchos, está aquel de los que leen las obras de los escolásticos y creen que, cuando dicen respublica, se está refiriendo a una república, en el sentido liberal y no literal del término. 

En conclusión, si dejamos al margen que los que hoy se llaman republicanos rara vez lo son en sentido estricto, el modo razonable y congruente de ser tradicional y defender España, de acuerdo con la experiencia y con la lealtad, es ser como eran los españoles a los que se enfrentó la Revolución: monárquicos. Pero no cualquier tipo de monárquico, sino monárquico conforme a la realidad: conforme a evolución legítima de la monarquía en España, que es social, tradicional y representativa, que es, además, dinástica, y que se encarna en un reclamante legítimo concreto, que es vicario de Cristo por la espada.

Esperamos que con estas líneas haya quedado suficientemente aclarado y concluyamos con las palabras inmortales de San Pío X:

«No, la civilización no está por inventar ni la “ciudad” nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la “ciudad” católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo»

Hermenegildo Pérez,
de la AET